sábado, 21 de junio de 2014

La Injusticia de la Muerte

“Hagamos de la muerte, si es que se nos está reservada alguna, la más grande de las injusticias”- Herbert Reed

Primera Parte

La mañana del 2 de febrero del año 2020 murió el aclamado científico y humanista Manuel Márquez Valladares. Era un experimentado químico; excelente  médico; maravilloso literato y grandioso ser humano. No sólo había sido el único ser humano en haber ganado  cuatro diferentes premios Nobel (Química, Medicina, Literatura y Paz), sino que había donado prácticamente todo el dinero de aquellos premios para ayudar a distintas causas por el bienestar de la humanidad. Era lo que se puede decir un espléndido ser humano; algunos llegaron a decir que era el Jesucristo del milenio, un mesias que no decepcionaba a nadie, pero tal como su supuesto antecesor, murió. El corazón de un santo termina por dar todo su amor al mundo, desgastarse y dejar de latir…bueno, a los 86 años no tenía nada de extraordinario. 
  
   La noticia del fallecimiento de tan valiosa persona, no sólo a la comunidad científica y literaria, también para todas las personas del mundo que aún creían en la buena voluntad del prójimo, se dio a conocer en todo el mundo tan sólo diez minutos después de que la mujer que tenía el privilegio de ser su enfermera irrumpiera en su habitación después de no escuchar respuesta tras preguntar  tres veces si ya se había despertado. Estas son sus exactas palabras:

“El señor Márquez, ¡Qué Dios lo tenga en su gloria!, solía despertarse a las nueve en punto, y me pedía que le trajese el desayuno a las nueve con quince minutos, - cabe resaltar que siempre lo hacía con gran amabilidad - le gustaba tomarse esos quince minutos para contemplar su alrededor, disfrutar la soledad y tranquilidad del nuevo día que se le brindaba. Al tocar a las nueve con quince exactamente y no escuchar respuesta, me preocupé, me preocupé muchísimo pues en todos mis años de servirle,
fue la primera vez que no escuche respuesta cuando tocaba su puerta. Toqué, nuevamente y espere unos diez segundos, realmente no estoy segura de cuánto tiempo fue lo que espere; mas calculo esa cantidad de tiempo. Finalmente y queriendo contener el grito de auxilio; toqué por vez ultima, no hubo respuesta. Abrí la puerta sin importar las consecuencias que me pudiese traer eso - en el fondo no temía algunas, pues sabía que el señor Márquez no se enojaría si le explicaba la razón de perpetuar de esa manera a su habitación; nunca lo he visto enojado, así que eso me dio valor-, mis ojos no aguantaron ver a mi señor, recostado en su cama, sin moverse y…”

   Para estos momentos la enfermera de nuestro amado “mesias” prorrumpió en llantos y no pudo continuar: lo quería demasiado.

-Por Augusto Montero

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