“Hagamos de la muerte, si es que se nos está reservada alguna, la más
grande de las injusticias”- Herbert
Reed
Primera Parte
La mañana del 2 de febrero del año 2020 murió el aclamado científico y
humanista Manuel Márquez Valladares. Era un experimentado químico;
excelente médico; maravilloso literato y
grandioso ser humano. No sólo había sido el único ser humano en haber
ganado cuatro diferentes premios Nobel
(Química, Medicina, Literatura y Paz), sino que había donado prácticamente todo
el dinero de aquellos premios para ayudar a distintas causas por el bienestar
de la humanidad. Era lo que se puede decir un espléndido ser humano; algunos
llegaron a decir que era el Jesucristo del milenio, un mesias que no
decepcionaba a nadie, pero tal como su supuesto antecesor, murió. El corazón de
un santo termina por dar todo su amor al mundo, desgastarse y dejar de
latir…bueno, a los 86 años no tenía nada de extraordinario.
La noticia del
fallecimiento de tan valiosa persona, no sólo a la comunidad científica y
literaria, también para todas las personas del mundo que aún creían en la buena
voluntad del prójimo, se dio a conocer en todo el mundo tan sólo diez minutos
después de que la mujer que tenía el privilegio de ser su enfermera irrumpiera
en su habitación después de no escuchar respuesta tras preguntar tres veces si ya se había despertado. Estas
son sus exactas palabras:
“El señor Márquez, ¡Qué Dios lo tenga en su gloria!, solía despertarse a
las nueve en punto, y me pedía que le trajese el desayuno a las nueve con
quince minutos, - cabe resaltar que siempre lo hacía con gran amabilidad - le
gustaba tomarse esos quince minutos para contemplar su alrededor, disfrutar la
soledad y tranquilidad del nuevo día que se le brindaba. Al tocar a las nueve
con quince exactamente y no escuchar respuesta, me preocupé, me preocupé
muchísimo pues en todos mis años de servirle,
fue la primera vez que no escuche
respuesta cuando tocaba su puerta. Toqué, nuevamente y espere unos diez
segundos, realmente no estoy segura de cuánto tiempo fue lo que espere; mas
calculo esa cantidad de tiempo. Finalmente y queriendo contener el grito de
auxilio; toqué por vez ultima, no hubo respuesta. Abrí la puerta sin importar
las consecuencias que me pudiese traer eso - en el fondo no temía algunas, pues
sabía que el señor Márquez no se enojaría si le explicaba la razón de perpetuar
de esa manera a su habitación; nunca lo he visto enojado, así que eso me dio
valor-, mis ojos no aguantaron ver a mi señor, recostado en su cama, sin
moverse y…”
Para estos momentos la
enfermera de nuestro amado “mesias” prorrumpió en llantos y no pudo continuar:
lo quería demasiado.
-Por Augusto Montero
-Por Augusto Montero
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