martes, 10 de junio de 2014

Von Trier I: Dancer In The Dark

Una poesía, un drama social, una revolución convertida en musical.
Primera de varias reseñas del director Lars Von Trier escritas por 'Recio' 


Dancer In The Dark (2000) es uno de los filmes más impactantes y hermosos hechos en los últimos tiempos; una poesía, un drama social, una revolución convertida en musical. Unas cuantas palabras no bastan para describir una obra con semejante resonancia humana. Polémica desde su concepción pero aclamada, debido al particular punto de vista de su director Lars Von Trier, que de forma magistral unió la voz de Björk (intérprete de Selma) con actuaciones desgarradoras y personajes que te llevan entre el amor y el odio en una trama llena de críticas a la pena de muerte, la inmigración, el individualismo, la justicia y las sociedades occidentales, dejando en nosotros una marca imperecedera del concepto que antes conocíamos como perdón o amor incondicional.

   La historia plasma la vida de Selma, una mujer inmigrante proveniente de una Checoslovaquia comunista, madre soltera de un joven niño, trabajadora en una fábrica de un poblado norteamericano y con una enfermedad que poco a poco la va dejando completamente ciega. Ella, por miedo a que este mal sea hereditario, se empeña en guardar cada centavo que logra ganar en su esclavizante jornada laboral, para así poder pagar una operación que evite que su hijo sufra el mismo destino. Es debido a esta angustia, a la miseria y la soledad en la que se ve inmersa, que inventa un mundo para sí misma en donde convierte la rutina de su día a día, en un ilusorio musical, en cual se enerva al igual que en sueños de opio, Selma convierte el mundo entero en aquello que tanto ama, el baile y la música, ya que sin esto para ella (parafraseando a Nietzsche) “la vida sería un error”.

   Esta es una puesta en escena en suma radical en todos sentidos, como diría la propia Selma: “todos aman los musicales porque en ellos nunca pasa nada malo”. Es irreverente que un diálogo de la película sea tan contradictorio a la obra misma que lo proyecta, porque contar una tragedia en un musical pareciera un oxímoron, pero a través del lente de Von Trier, cobra absoluto sentido. Cargada de un peso estético heredado directamente del "Dogma 95” creado por este director, el cual se atrevió a romper sus votos de castidad autoimpuestos para crear esta, que era una historia necesaria de contar.

   Injusticia, sin piedad.

   El profundo dolor que late en las imágenes de Dancing in The Dark perturba y hiere... Es inevitable no ser conmovido por la fatalidad del mundo real que arrebata a Selma la capacidad de crear sus evasiones oníricas; la aceptación de un destino funesto se transforma en desesperación, las alegres canciones ahora no son más que una marcha fúnebre y el último canto es interrumpido, arrebatada la vida que debió seguir, pues no hay mayor injusticia que la de aquellos que no quieren ver algo que hasta un ciego es capaz de vislumbrar. Si sus acciones fueron incorrectas o no, no existe nadie con la condición de juzgarlas, debido a que, parafraseando una vez más a Nietzsche: "todo lo que se hace por amor, está más allá del bien y del mal"...

   Una película brutal, ya no se es el mismo después de ver esta obra de arte.

-Por 'Recio'



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