¿Realmente la soberanía nacional se ve desafiada por la globalización?
Aún hoy, el término de soberanía se utiliza para denominar aquel poder o fuente de decisión que no puede ser desafiado en sus
posibilidades políticas y que es, por lo tanto, absoluto. “Cuando se afirma que
el Estado es soberano, debe entenderse que dentro del marco en que está llamado
a ejercer su autoridad, está en posesión de una potestad que no deviene de
ningún otro poder y que no puede ser equiparado por otro”1
Por lo tanto, se puede decir que mientras el
Estado tenga el poder real sobre los asuntos que le deben de concernir, se
puede seguir hablando de que conserva la plena facultad de su soberanía. Por
supuesto, el debate gira en torno a si la influencia real que ejercen, cada vez
en mayor medida, los tratados internacionales sobre la política nacional de
cada Estado no pone en juego justamente dicha soberanía.
En lo que a este conflicto respecta, dentro de
las organizaciones mundiales, en este caso la ONU, existen posturas claras al
respecto: Mantener la paz y seguridad de las naciones así como fomentar
relaciones internacionales fundadas en la igualdad y libre autodeterminación de
los pueblos.
Existen también posturas de intelectuales que
opinan que dichas pretensiones de la ONU se han visto malogradas considerando la
constante influencia de países potencias, como lo serían Inglaterra, los
Estados Unidos o, actualmente, Rusia, sobre otros más pequeños, violando en
ocasiones la misma soberanía de la que gozan éstos últimos. Sin embargo se debe
de recordar que a principios del siglo anterior, el colonialismo, tanto inglés
y francés como el italiano, era una realidad que ni siquiera tendría sentido
poner en tela de duda. La influencia política inquebrantable de las potencias
mundiales si acaso ha disminuido (o cuando menos sutilizado) con el paso de las décadas.
Si, desde las muy relevantes aportaciones de
Rousseau, se ha considerado que la soberanía de una nación recae sobre su
población (como de hecho es aclarado en la Constitución Política de México y gran parte de las naciones modernas) y
el Estado la ejerce a través del mecanismo que llamamos gobierno ¿Existen hoy
en día elementos suficientes como para considerar que la soberanía sufre de un
cambio de roles en el panorama internacional contemporáneo?
Los que apoyan dicha noción suelen poner como
ejemplo la manera en la que los tratados internacionales fuerzan a los Estados
a que actúen de una manera que, en última instancia, quizás ellos no querrían
aceptar y que, de no hacerlo, perderían ciertos privilegios de los cuales se
podrían beneficiar económica, social y/o políticamente.
Sin embargo, si estos privilegios requieren de
una cooperación internacional, esto significa precisamente que no entran dentro
de las posibilidades del país en cuestión y que, por lo tanto, no son
abarcables ni por el total de su soberanía nacional, por lo que el no recibirlos
no afecta en gran medida la capacidad, así sea del pueblo o del estado en
general, de exigirlos en potestad de sus derechos.
En segunda instancia, pensar que un tratado que
deciden firmar uno o varios representantes de un Estado nacional atenta contra
la soberanía de ese Estado es igual que señalar que el hecho de que un
individuo firme un contrato atenta contra su propia libertad. De tal modo, lo
que se está haciendo es, o pensar que el individuo (el Estado) no tienen la
capacidad de entender la dimensión de sus acciones, o bien, desechar cualquier
noción de responsabilidad por los propios actos.
Básicamente, para que la idea de una soberanía
nacional siendo sometida por el círculo internacional fuera factible, antes
tendría que ser ampliamente aceptada la noción de que la democracia
representativa es totalmente inválida, lo cual, por evidencia, estaría a siglos
de distancia de ocurrir. De no ser así, se podrá seguir argumentando que las
decisiones recaen de manera directa en el pueblo del Estado nacional del que se
hable, puesto que lo mismo se vota para que el Presidente escoja a su
Secretario(a) de Educación Pública, que a su Secretario(a) de Relaciones
Exteriores, y nadie duda que al hacerlo esté respetando la soberanía.
Al final, la decisión de acceder a la firma de
un tratado internacional, es tan pública y soberana como la de pasar una nueva
reforma educativa. Habrá quien piense que ninguna de esas decisiones es
realmente soberana pero, de ser el caso, ese es un tema que claramente no le
concierne al presente texto por que pone en duda la soberanía en general y no solo su papel en el devenir actual.
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